lunes, 27 de febrero de 2017

Miradas



-M. D’artagnan –
 
Había una voz dentro de mi cabeza, un eco a lo lejos que quería traerme de nuevo a la realidad. A una realidad a la que no había abierto los ojos aun pero podía sentir aquel dolor de cabeza, había algo que me estaba bombeando las ideas muy fuertes.

-Por favor M. D’artagnan abra los ojos – aquella voz lejana sonaba suplicante pero estaba acompañada de un fuerte remezón. 

Quería abrir los ojos, realmente quería abrir los ojos, luchaba para articular algún tipo de palabra. Aunque sea un si tímido pero nada, parecía que estaba preso de aquel malestar. Dios como me estaba pesando la cabeza.


-¿Qué les voy a decir? – 

Se escuchó un silencio y después unos tacos que pegaban contra la madera.
Si el cerebro aun me funcionaba quería decir una sola cosa, Madeleine se había aburrido de zarandearme de un lado para el otro de la cama.

Estaba juntando toda aquella fuerza que el mundo me había dado para poder abrir los ojos y luego de unos cinco intentos por fin había abierto uno.

Miré por la ventana un tanto desorientado, era de noche. 

¿Cómo podía ser de noche? ¿Cuantas horas se suponía que había dormido? ¿Qué día se suponía que era?

En el momento en el que me incorpore en la cama la puerta de mi habitación se abrió para dar paso a mi casare. 

A pesar de que aún no enfocaba demasiado bien al verla cargar un balde de agua la mire un tanto raro. Esperaba que aquello no fuera para tirármelo a mí.

-¿Qué haces con eso querida? – dije mientras me cubría con las sabanas como si eso fuera a salvarme del agua.

-Oh M. D’artagnan pensé que aún estaba durmiendo – contesto ella dejando el balde con agua a la entrada de la habitación. 

-¿Y qué sucede la casa se está incendiando? – pregunte un tanto molesto. Tenía un dolor de cabeza gigante pero eso no era lo peor, lo peor es que tenía vacío en el estómago - ¿O es que los señores no se atrevieron ellos mismo a despertarme? – moví un poco las sabanas para poder sentarme en la cama con los pies tocando el suelo. Tenía vértigo, no estaba seguro de poder llegar solo a la planta de abajo ¿Cuánto había bebido la noche anterior? 

-No señor – me contesto ella tímidamente – la casa está bien y tampoco son los señores, ellos se han ido a cenar con el pequeño a lo de uno de sus amigos en común, un…M. Harbley – hizo una pausa casi arrugándose el delantal blanco que cubría su ropa -  Intentaron despertarlo pero ni siquiera reacciono con ellos. El señor Du-Vallon lo intento con bastante esmero pero al ver que ni siquiera se movía y al ver que si respiraba dejaron que siguiera durmiendo.

La mire un avergonzado. No sabía como pero cuando viera a mis dos amigos no iba a tener cara para poder verlos a los ojos, quizás si hubiese sido solamente con Porthos las cosas hubiesen sido distintas. Él estaba acostumbrado a tomar y quedar en un estado de que parecía que se había ido al otro mundo pero solamente era apariencia, el gran Porthos tenía un don, podía beber todo el vino de Paris y al otro día se iba a levantar como si nada.  En cambio Athos era distinto, a él lo había visto después de haber estado encerrado en un la bodega de una taberna y haberse bebido hasta el agua pero siempre terminaba siendo un señor.  Se podía pasar, podía haber bebido demasiado pero seguía siendo un señor y seguramente ayer yo no fui justamente un señor. En cuanto los viera les iba a dar mis más sinceras disculpas.

-¿Dijiste que fueron a ver a M. Harbley no? – pregunté luego de haberme tomado unos segundos de un profundo silencio

-Si 

Al alzar la cabeza vi que había algo que tenía ganas de decirme pero no se atrevía a decirme.

-¿Qué sucede Madeleine? 

-Es que yo…hay una dama que lo está esperando abajo – se apresuró a decirme 

-¿Qué dama? – me levante de la cama buscando en donde estaba el resto de mi ropa, estaba claro que no podía ir a ver a mi visita en ropa interior 

-Ella…

-¿Ella? – al encontrar los pantalones me voltee para ver a mi joven casera la cual la tenía las mejillas bastante rojas. Era una mujer casada por lo que estaba seguro que había visto a un hombre desnudo con anterioridad pero quizás la tierna edad de sus casi veinte años la habían traicionado. Fuera como fuera aquello a mí no me importaba - ¿Quién es ella?

-No lo sé señor, no me quiso dar su nombre pero lo está esperando abajo, dijo que era urgente 

Mantuve mi mirada fija a la suya para ver si realmente era así o me estaba ocultando pero no aquella joven me estaba diciendo la verdad. 

-Creo que es del palacio
 
Al escuchar la última palabra prácticamente me había puesto los pantalones de un salto y las botas después de un segundo. 

¡Qué terrible situación! No podía ir al palacio con cara de que mi última noche había durado más de doce horas. O bueno eso era lo que yo creía porque no me podía acordar con exactitud cuándo habíamos vuelto a mí, digámosle hogar. 

Lo último que me acordaba es que le había pedido unas botellas de vino al tabernero y después de ahí mi mente era una laguna absoluta. Por suerte no había pasado a mayores o había hecho algo indebido. Cuando estuviera a solas con el Conde de La Fere hablaría con él para poder saber con exactitud sobre los hechos.

-¿Cómo que del palacio? – pregunte casi en tono de exclamación mi cabeza buscaba algo, buscaba algo que pudiera ayudar a pasar la resaca hasta que vi el balde con agua.  -Dile que ya voy – dije tocando su brazo al pasar a su lado y me tire de rodillas frente al objeto. Sin pensarlo hundí la cabeza completamente en el agua.

-Señor…- sus palabras fueron disminuidas pero entendía el mensaje. Con una de mis manos hice el movimiento de que no se detuviera y que simplemente siguiera su curso hacia afuera.

Apurándome todo lo que podía me había peinado de manera decente y afeitado, aunque a decir la verdad me había costado un poco, tenía que agradecer que mi pulso a pesar de todo el alcohol que aun había en mi cuerpo no me hecho ninguna lastimadura.

Me mire al espejo una vez más antes de salir apurado por el pasillo para tomar la escalera y ahí poder bajar los escalones de dos en dos como si fuera más saltos que pasos.

Al entrar en la sala en común de la planta baja esperaba encontrarme con la dama del palacio pero no, la escena era muy distinta a la que mi cabeza había formado.

-¿Dónde está? – Pregunte en tono de preocupación a la mujer que se encontraba allí. - ¿No dejaste que se fuera verdad? –Arrugue mi entrecejo - ¡Dios Madeleine!
 
-Ella prefirió esperarlo afuera – ella apunto a la puerta.

Asentí con la cabeza y presione levemente mi mandíbula.

-Lo siento, es que se debe tratar de un tema muy importante – intente disculparme con la mujer antes de tomar el pomo de la puerta – si llega a venir Planchet o alguno de los señores dile que no me tardare.- agregue antes de abandonar la casa.

Para mi sorpresa había un carruaje oscuro frente a la morada, intente ver algún tipo de emblema que me señalara la procedencia pero no tenía nada de nada, era un carruaje oscuro, con detalles finos y de una buena madera. 

La puerta se abrió, de adentro me tiraron una capa oscura, me la coloque para cubrir mi rostro y entendí a la perfección la invitación.

Entre en el vehículo y espere encontrarme con alguna de las damas de compañía de la reina pero para mi sorpresa “la dama” en cuestión era la hermana Estela.

Estaba seguro que mi cara me había dejado al descubierto, estaba bastante asombrado de que fuera ella pero si lo pensaba un poco más la única que realmente sabía todo aquel secreto era ella, Monteville, Sylvie, Hautefort o La Porte sospechaban, eso quería creer yo pero la realidad era que nadie había dicho una palabra de manera oficial. Quizás era lo mejor para todos, si nadie sabía nadie estaba en riesgo de terminar en frente del cardenal o el rey.

Se hizo un largo silencio entre ambos, no sabía cómo comenzar la charla con aquella mujer. Me causaba tal impresión y miedo en parte que nunca había encontrado las palabras para entablar una amistad con ella. Si había alguien en el círculo de Ana a quien yo debía de apuntar para poder saber que era lo que pasaba a su alrededor era a Estela, no solo era su mano derecha sino que su mujer de más confianza.

-Seguramente el señor esperaba a alguna dama más joven – su voz era suave, una característica que tenía aquella mujer. Aun se notaba un poco el acento español en su habla pero eso no le impedía que su francés fuera perfecto – Aunque también se puede apreciar que no ha dormido demasiado.

Me mordí el labio superior y negué con la cabeza.

-Solo estoy un poco sorprendido. – Hice una pausa pensando muy bien mis palabras – Anoche fue una noche muy especial para todos – sonreí, me hubiese gustado sonreír ampliamente pero aquel sentimiento amargo que tenía en el alma no me dejaba ser completamente feliz por mi paternidad. Tense un poco la mandíbula, había algo que hasta donde había tenido conciencia me preocupaba, nos habíamos enterado sobre la salud de príncipe pero no así de la reina - ¿Cómo está?

Desvié mi mirada no quería mirar a la mujer a los ojos, no quería que supiera todo lo que estaba cargando mi alma.

-Me imagino que ha sido una noche muy especial – hice una pequeña pausa – para todos por supuesto. – Sentí su mirada en mi pero seguí por evadirla – Es fuerte, ha nacido con una desbordante salud y con mucha energía. El doctor dice que no hay que preocuparse, que está seguro que es sinónimo de que con aquella energía hará grandes cosas
 
Sentía que el pecho se me inflaba cada vez más con cada palabra, aquella necesidad de conocerlo iba creciendo con cada segundo que pasaba.

Mi sonrisa se ensancho, tenía salud y aquello era lo más importante aunque en mi cabeza ya estaba pensando en que ojala tuviese más de ella, por sobre todo en que ojala no hubiese sacado mi nariz. Mi nariz aguileña no era algo digno de heredar a mis hijos.

-Gracias a Dios – por fin me atreví a mirarla a los ojos y junte mis manos un poco nervioso, Estela me miró pero había algo que me estaba ocultando. Al ver su cara sentí un pinchazo en el pecho, algo que me había provocado un dolor un tanto extraño. Sentí miedo, sentí miedo de que algo le hubiese pasado a la reina – Pero no me ha dicho como se encuentra nuestra amiga en común ¿Está bien?

El silencio volvió a inundar aquel vehículo, sentía un agujero en el estómago. Mi intuición me decía que algo había detrás de aquella ausencia de palabras.

Trague saliva mientras reunía el valor para volver a preguntar por Ana cuando sentí que el carruaje se había detenido.

La puerta se abrió y miré afuera esperando encontrarme con el cochero pero para mi sorpresa no era aquel hombre sino que La Porte estaba allí parado como un estatua.

La sangre se me había helado en cuestión de segundos.

-…-

-Lo está esperando – la voz del ayuda de cámara de su majestad hizo que dejara de ver a la monja.
Mi alma había vuelto al cuerpo pero aquella sensación de malestar no se iba de mi pecho.

Moví la cabeza a modo de despedida y me baje del vehículo para seguir en silencio a mi escolta.

Tenía aquellas ganas de hacer mil preguntas que pudiera calmarme pero después de la última conversación que había tenido con La Porte lo mejor era que no abriera la boca, de lo único que estaba seguro era que iba a llevar hacia donde se encontraba ella.

Entramos a Fontainebleau por un lado del palacio que era totalmente desconocido para mí. 

Mi cabeza comenzó por prestar atención a cada movimiento de aquel hombre, si ella iba a estar por aquí lo mejor era que recordara cada puerta del pasaje. Era verdad que le había prometido a Dios que no me iba acercar a Ana de Austria de esa manera pero eso no quería decir que no fuera a dar mi vida  por a ella y por nuestro hijo.

La Porte se hizo a un costado y abrió con una de sus manos aquella última puerta.

Suspiro pesadamente mientras su vista estaba en mí con bastante cautela y con aquel grado de odio que no podía ocultar ante mí. Algún día quizás iba a entender porque aquel hombre me odiaba tanto.

-En media hora vendré a buscarte de nuevo – me informo y luego me tomo del brazo – No hagas muchas preguntas, ella está cansada así que cuídala.- me advertido con aquel tono de voz que le daría miedo hasta al mismo rey.

-Si – le conteste movimiento la cabeza.

El hombre termino de abrir la puerta por completo y por fin pude verla ella.

Ana de Austria estaba en la cama acostada, su pelo estaba suelto, algo que para mí la hacía ver más hermosa de lo que era. Sus ojos se encontraban cerrados por lo que supuse que quizás estaba descansado.

Me mordí el labio inferior y me moví con cuidado para que La Porte pudiera cerrar la puerta.

Mis ojos buscaban al pequeño delfín y lo encontró, para mi sorpresa estaba en brazos de Monteville.
La dama de compañía camino hacia donde yo me encontraba con una sonrisa, con cada paso que ella daba podía ver por fin a mi hijo. 

Era algo asombroso, magnifico, maravilloso y muchas palabras más. 

Aquel miedo que tenía en el alma había desaparecido al ver a mi hijo en los brazos de Monteville. 

Había una sola palabra para aquello, perfección. 

Un hermoso bebe de tez blanca y de cabellos oscuros aunque no podía asegurarlo. Sus cejas finas mostraban que era castaño o rubio. Realmente me daba igual el color de pelo.
Bastante saludable se veía con sus cachetes gorditos que daban ganas de apretarlos, aunque me daba bastante miedo también. Se veía tan frágil durmiendo.

-Es hermoso – comente en un susurro mientras corría un poco la manta para poder acariciar su mano.

-Y eso que no has visto sus ojos – la voz de Ana de Austria sonó detrás de nosotros.

Me gire para verla y sonreírle ampliamente mientras hacía un pequeño movimiento de cabeza a modo de reverencia. Sé que era quizás algo tanto pero no sabía muy bien cómo comportarme. No en una situación así.

-Monteville puedes dejarnos, te llamaremos si pasa algo – volvió hablar la reina usando un tono dulce.

La dama de compañía me miró con una sonrisa y me hizo un gesto mirando mis brazos. Algo torpe y lento reaccione mientras estiraba mis brazos para que ella dejara al delfín en mis brazos antes de su partida.

Mis ojos bajaron para ver la carita del pequeño delfín que ahora estaba en mis brazos, escuche como la puerta se cerró pero estaba tan absorto mirándolo que en aquel momento podría haber pasado cualquier cosa que yo no estaba muy consiente de mi alrededor.  Era todo maravillosamente tan perfecto que si esto era un sueño no quería despertar.

Cada tanto intercalaba mi mirada entre él bebe y Ana, las palabras sobraban en aquel momento.
Si tenía miedo de que algo pasara de improviso y que terminara con la cabeza afuera del cuello o peor, exiliado, no ¿Cómo podría pasarme la vida alejado de ellos? No aquello no podía entrar en mi cabeza.

Comencé a caminar lentamente hacia la cama aun sentía aquel nerviosismo de que en cualquier momento se iba a resbalar de las manos. Pero por suerte aquello no iba a pasar, no iba a permitir que pasara.

Me senté al lado de Ana en la cama

-Felicidades – hable por fin alzando mi mirada para verla directamente a los ojos – Es…- volví a mirar al delfín que seguía durmiendo en mis brazos sin siquiera moverse – maravilloso, es increíble que….no salió con mi nariz – me sonreí y escuche como ella se rio suavemente.

-A mí me gusta – aquello hizo que la volviera a mirar – pero tiene tus ojos  - su mano se estiro para acaricia mi mejilla.

-Mejor mis ojos que mi nariz – volví a bajar la mirada para seguir admirado a mi hijo - ¿Cómo…Cómo estás? Tengo que confesar que por un momento sentí miedo con todo aquel hermetismo de tus amigos, pensé que había pasado algo grave – mi ojos se fijaron en los de ella para ver qué era lo que me contestaba – Me hubiese gustado estar aquí contigo Ana. La Porte me dijo que estas cansada, me lo imagino. Traer a alguien al mundo no debe ser algo fácil.

Tras mis palabras se hizo un silencio, ella había bajado la mirada pero me sonrió, había algo que no me quería decir quizás era algo referente al hecho de porque no podía haber estado aquí.

-Si – me contesto casi con timidez en su voz – Estoy cansada nada más fue un parto largo – ella volvió a sonreírse – Lamento que La Porte y Estela lo hayan asustado de esa manera. A veces me cuidan en exceso – la mirada de la reina fue más firme – Sé que él fue quien tomo algunas decisiones luego de Saint German.

Él bebe quien parecía estar profundamente dormido en mis brazos comenzó por moverse.

-No tenemos que hablar de aquello, quizás fue lo mejor – suspire pesadamente – No podemos pasar toda nuestra vida así. Me gustaría estar aquí a tu lado pero sabemos que aquello no se puede. – los ojos del pequeño se abrieron y los vi, eran verdes pero también eran azules, eran sus ojos pero también los míos era una mezcla hermosa. 

Del pecho me daban ganas de saludarlo como se merecía, me daban ganas de decirle que era su padre. Solo dos palabras “Hola hijo” pero aquello no estaba bien aunque estuviera su madre aquí.  Una parte de mi aun decía que tenía que tener cuidado con todo, las paredes tenia oídos.

-D’artagnan no…-

El llanto del delfín interrumpió aquello que iba a decir.

-Creo que tiene hambre – dije instintivamente - ¿Quieres que llame alguna de las damas? Porque estoy seguro que están detrás de esa puerta – seguí hablando mientras que me había levantando para moverlo tal como había visto que hacia Athos con Raúl para calmarlo.  -shhh…tranquilo – le hable con voz suave mientras esperaba que Ana me contestara. – tranquilo
 
Se había hecho un silencio en el que podía sentir como estaba siendo observado por ella, lo que hizo que alzara mi cabeza para ver porque no me daba una repuesta.

-¿Qué hago? – pregunte de nuevo sin dejar de mecer al bebe.

-Puedes dármelo, no es necesario que molestemos– me contesto ella con una sonrisa y aquella dulce que realmente me hacía creer que no era quien era, sino que podría tratarse de una simple campesina  Ojala las cosas fueran distintas D’artagnan.

Ladee la cabeza con una media sonrisa. Ella también quería lo mismo que yo pero ya La Porte había sentenciado aquella relación.

-Ojala – agregue mientras dejaba al niño en brazos de su madre.

Sabía que aquello que mis ojos estaba viendo iba a ser retratado pero para mí no se trataba de la reina y del delfín para mi eran las dos personas que más amaba en el mundo.

Camine para apoyarme sobre una de las equinas del dosel de la cama.

Ana de Austria comenzó por desatar el nudo que tenía por delante su ropa de cama y así comenzar amantar a Luis cuando se escuchó un golpe en la puerta del pasadizo.

Con cuidado la hoja se abrió y se pudo ver la cabeza del ayuda de cámara.

-Sé que no han pasado la media hora pero tiene visitas su majestad – 

La reina y yo nos miramos casi con resignación. 

-Danos unos segundos La Porte.

Me separe de la cama para acercarme a ellos, me incline para dejar un beso sobre la cabeza del infante y luego deje un beso sobre sus labios, un beso que tenía sabor a despedida.

-D’artagnan – susurro contra mis labios para que nos fuéramos oídos – Cuando volvamos a Louvre quiero que estés con nosotros sin importar lo que digan.

-Si majestad – conteste muy seguro y con un tono de voz lo suficientemente alta para que él escuchara también – si lo deseas vendré.

Me separe de ella y le guiñe un ojo antes de retirarme completamente de su habitación.
La vuelta fue en silencio, pero iba con una sonrisa que estaba seguro que nadie podría sacármela.
Parecía que nada iba a cambiar hasta que después de que estaba por subirme al carruaje vi a lo lejos como llegaba el vehículo del cardenal. Mi atención no era por Richelieu o su majestad el rey sino que con ellos iba alguien más.

-¿Quién es? – pregunté un tanto curioso, nunca antes lo había visto
El hombre fijo su vista y se tensó notoriamente.

-Dicen que será el sucesor del cardenal, su nombre es Giulio Mazarino.

Asentí con la cabeza nuevo con aquella sensación de que algo no iba bien, algo en el nombre de aquel nombre me había movido el piso pero no entendía muy bien porque.

-Boint Nuit M. D’artagnan , nos veremos en el Louvre.

-Boint Nuit, nos veremos allá – conteste subiéndome al carruaje, el cual partió rumbo a mi casa en donde seguramente estarían mis amigos.



















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