Porthos y
D'artagnan se habían tardado en llegar a la casona momento el cual había
aprovechado el señor de las tierras de Du-Vallon para conversar con el
mosquetero sobre aquel tema que había perdido veintidós años atrás.
-Debo felicitarte – comenzó por decir el
obelix viendo que la casona ya estaba casi a la vista pero que aún tenían
tiempo.
- ¿Por qué? – preguntó el mosquetero
mirando a su compañero bastante extrañado.
- Athos y Aramis no te lo dirán, bueno no de
la manera en la que yo lo hare….- Porthos se interrumpió al ver que el
obispo salía de la casa y comenzaba a caminar hacia ellos – Ana de Austria es una mujer hermosa.
El gascón
se quedó viendo a su amigo frunciendo su entrecejo y tenso la mandíbula. Se
sentía incómodo el hombre
-Porthos…
- No, por lo general creen que no entiendo
muy bien las cosas pero me alegro por ti. Encontraste el amor y ella parece que
te correspondía o te corresponde. Eres padre, toda mi vida quise serlo pero por
lo visto no puedo…- se hizo un silencio en el que Du-Vallon trago saliva y
luego volvió a ver a su amigo – Si el
plan sale bien para todos aun puedes ir por ella. – Porthos le guiño un ojo
y luego miró al frente para encontrarse que Aramis los miraba bastante
extrañados.
- ¿Qué
es lo que ha ocurrido? - pregunto el religioso acercados a
los hombres.
- Nada
de lo que debamos alarmarte Aramis, tranquilo - le contestó el
mosquetero pasando su brazo a los hombros del obispo para repartir el peso
entre sus dos amigos. Aun miraba de reojo al gran obelix por la conversación
anterior. No estaba acostumbrado a que le hablara de la reina madre fuera del
protocolo o rumores - me
he torcido el pie, en un clase de esgrima del señor conde.
A pesar
de que el capitán intentaba minimizar su torcedura, los ojos y la cabeza del
obispo de Vannes eran rápidos por lo que sabía que aquello no era como lo
pintaba el mosquetero. Si algo no podía evitar el religioso era preocuparse de
más por las mínimas cosas.
- Ahora
lo veremos, mientras tanto déjame que dude de tu palabra capitán – habló Aramis en un tonó casi riguroso.
Aramis le
hizo una seña a Porthos y entre los dos hombres llevaron al mosquetero al
interior de la casa, más específicamente al cuarto que ocupaba el hombre de
armas y que quedaba en el primer piso.
- Todavía
es que no entiendo cómo es que te fuiste a esguinzar el pies D'artagnan
- el cura paso la venda con fuerza en el pie del mosquetero y con ayuda de Helena
la corto para poder dar así por terminado la curación de su amigo.
- Un
simple accidente Aramis, pise mal y esa es toda la historia. En un par de días
ya no me dolerá. Esto no debe preocuparte porque con o sin el tobillo torcido
yo regresare a Paris lo antes posible. El plan no corre peligro. Relájate. – D’artagnan sonrió de costado
- Pero...
- Porthos miró al mosquetero sin entender bien la situación, como siempre - ¿Por qué tienes tanta urgencia de regresar
a París? Tienes el pie malo puedes esperar un par de días y volver ¿No? -
el caballero de Du-Vallon se llevó las manos al pecho para cruzarlas y el
obispo asintió con la cabeza.
- Phillippe
tiene ayuda suficiente aquí, están ustedes para enseñarle cada uno de los
movimientos que deberá hacer- el
mosquetero hizo una pequeña pausa -
mejor educación no puede estar recibiendo en estos momentos pero seamos
realistas el necesita que alguno de nosotros este infiltrado en la corte y
todos sabemos que yo soy el mejor para estar allá sin que nadie sospeche. Me
las arreglare con el rey y los mantendré informados.
Aramis
apretó ligeramente el paño de agua con el que se enjaguaba las manos
- No
estoy muy seguro que tu prisa se daba solamente a Phillippe pero hare como que
te creo – el obispo se secó
las manos para voltearse y ver a su amigo.
- Aramis
- D'artagnan alzo una de sus cejas y miró a sus dos amigos - no es tan complejo, detrás de mis
palabras no hay una doble razón. Quiero ayudar al muchacho, se lo debo y es mi
deber
- Esta
bien, podrás volver a París en cuanto llegue aquí un refuerzo más y si mis
cálculos no me fallan, esta misma noche llegará. – El hombre coloco sus manos a los costados de
su cintura – podrás marcharte cuando te
sientas mejor.
- Con
eso quieres decir Aramis ¿Qué más gente está involucradas en el plan? ¿Sabes lo
que significa que haya más personas en este secreto? - la voz del mosquetero sonó un poco más grave.
EL gascón estaba preocupado de que su propio secreto estuviera en peligro.
- Tranquilo,
no será la primera vez que nuestra ayuda sabe cosas de la corte
- el obispo tomó aquella vasija de metal y los pedazos de paño que aún
quedaban mientras que miraba a su entrañable amigo Du-Vallon - Vamos
a ver cómo van las cosas para Athos mientras ajustamos algunos detalles del
plan, Helena se queda a cargo del señor capitán.
Los
hombres dejaron solo al mosquetero con la dama, quien lo debería cuidar y
teniendo en cuenta el carácter del gascón no le habían dado exactamente una
tarea fácil.
- Así
que al gran espadachín realmente lo hirieron – comenzó a hablar la doncella mirando a su
acompañante.
- Si
- contestó el mosquetero mirando su pie en lo alto de una silla envuelto en
un vendaje blanco - y realmente duele
pero no hay nada que me pueda detener.
- Espero que el capitán se comporte y no quiera escaparse bajo mi
cuidado. Si nada lo puede detener no quiero ser yo quien le hiera el ego- la
mujer se sonrió lo que hizo que el hombre también se sonriera - dígame una cosa Monsieur D'artagnan - hablo Helena sentándose al lado
del mosquetero - Todo este apuro realmente es ¿Por qué deseas con urgencia volver a la
corte o por qué el motivo principal es la señora de la carta azul? Quizás yo no
sé todo los pormenores sobre el plan pero creo entender porque duda el obispo
de Vannes.
El
mosquetero se río negando con la cabeza antes de contestar.
- Dicen
que las mujeres tienen buena memoria, y me doy cuenta de eso ¿A ti no se te
olvida nada verdad? – se llevó su mano al rostro con una sonrisa amplia
- Claro
que no se me olvida nada caballero, y eso me recuerda que debo decirle que en
cuanto a su búsqueda ya tiene a alguien realmente y solo juegas con aquella
fama que tiene.
D’artagnan
suspiro apoyando su barbilla en su mano para mirar hacia la ventana.
- No
es tan fácil, y es tan complejo de explicar que con solo decirte que no se
puede tener algo que realmente no debe existir te estaría diciendo todo.-
hizo una pequeña pausa cerrando los ojos, como queriendo buscar las
palabras exactas - Las clases y el amor no siempre se llevan
bien. - El mosquetero miró a Helena dedicándole una sonrisa
amplia y sincera aunque se ocultaba un dejo de tristeza en sus ojos.
- ¿Se
podría saber quién es tan inalcanzable para que el propio capitán de los
mosqueteros del rey no pueda casarse con dicha señora? - le
mujer miro a los ojos claro del gascón y este solo sonrío, no había dejado que
nadie entrara a su corazón. Ni siquiera sus amigos, ni siquiera a las amigas
serias que había tenido en la vida. ¿Por qué se sentía tan amenazado por la
mirada de una campesina que apenas conocía? - Por los rumores que llegan a
estos lugares cualquier cortesana estaría dispuesta a casarse con alguien como
usted Monsieur
- Si
fuera una cortesana el problema no sería tan grande, además he de admitir que
las cortesanas no san tan hermosas como las campesinas. Si uno lo piensa tan
solo por unos cuantos minutos, las mujeres y los hombres en la corte debajo de
tantos bordados, vestidos y maquillajes no le conoces realmente la cara ni el
pelo. En cambio en el campo todo son como realmente como son - un
suspiro se escapó de los labios del hombre.- todo el mundo usa mascaras en
la corte en cambio aquí, todo es más sencillo. Si no fuera mosquetero seria
campesino y…. - D'artagnan
alzo la vista con una sonrisa ancha y radiante - Como dije las campesinas son
más hermosas
- Esta
enamorado de alguien de la corte la cual no sé si le corresponde del todo pero
así todo ¿Usted está intentando algo conmigo capitán? -
Helena miró a los ojos al mosquetero y el hombro no pudo hacer otra cosa que
dedicarle otra de sus mejores sonrisas.
- No
exactamente madame. Yo solamente estoy intentando ser lo más agradable que
puedo ser porque tengo un pie destrozado y realmente necesito hablar con
alguien y para decir la verdad mis amigos en estos momentos no están como para
escucharme. No mientras su cabeza este en este plan. –D’artagnan se mordió el bigote, podría
hablar con Porthos pero esa charla mejor la dejaba para más adelante.
- ¿Se encuentra solo?
- No,
en estos momentos me encuentro con vuestra agradable compañía Helena pero si
usted prefiere estar en la cocina y dejarme aquí, es libre de hacerlo si lo
desea. –contesto el hombre
sabiendo que la pregunta no iba por ahí pero prefería evitar algunas
respuestas.
- Así yo quisiera irme a la cocina no podría señor D'artagnan, sabe muy
bien que necesita ayuda para caminar y cuando quiera acostarse en su cama
dígame ¿Cómo hará?
El
mosquetero se tomó unos minutos para pensar y luego miró a Helena con cierto
brillo de ingenio en sus ojos. No había nada que lo pudiera detener. Ni hombre,
ni clase, ni nada, ni siquiera su propio cuerpo.
- Simple
madame, yo puedo arrastrarme, puedo saltar sobre mi pie bueno aun
D'artagnan
se paró de la silla con mucho cuidado y con su equilibro de guerrero colocó
todo el peso de su cuerpo sobre el pie bueno.
Pero aquello
no había sido una buena idea. El dolor atravesó todo el cuerpo del hombre en
una punzada de dolor que se podía ver en su rostro. Su pierna flaqueó tanto que Helena en cuestión de segundos
estaba a su lado tomándolo de la cintura para que no terminarán en el piso.
- Sí,
estoy comprobando las palabras del señor Aramis que lo describen como un
temerario.
- Que
cosas tan buenas dicen mis amigos de mi entonces -
D'artagnan se volvió a sentar en la silla con la ayuda de la mujer y la miro a
los ojos - Helena ¿Puedo pedirte un favor? Y realmente espero que no te importe o
incomode.
- Claro
caballero dígame que es lo que desea
D'artagnan
comenzó por sacarse el jubón y el pañuelo del cuello.
- Mañana
pretendo viajar de nuevo al palacio y estaría más presentable con ropa limpia- se explicó el mosquetero levantando las cejas - ¿Te importaría lavar mi ropa?
- Como no capitán hay que cuidar que no vea su reflejo en el agua
¿Verdad? – le respondió la mujer en tono de juego
- Toda
la razón tienes hermosa Helena – sacudió la cabeza de lado a lado sin borrar la sonrisa de su rostro.
El
mosquetero con ayuda de su nueva amiga estaba quitándose algunas prendas de
vestir cuando desde afuera comenzaron a escuchar el ruido de los cascos de los
caballos arribando a la entrada de la casona.
Helena
con algunas prendas de D'artagnan en la mano se alejó del hombre parar mirar
por la ventana y ver que un hermoso carruaje de color negro tirado por cuatro
caballos del mismo color se estacionaba en la puerta principal del recinto.
El
mosquetero como pudo también se había acercado a la ventana y Helena al mirar
hacia un costado se sonrió.
- Que
suerte que usted no es un gato o estaría muerto caballero.
- Mi
deber es enterarme de todo – contesto
el gascón inspeccionando el carruaje.
- Eso
es una excusa, empiezo a creer que todos los hombres son tan o igual de chusmas
que las mujeres.
El mosquetero
miró a Helena por unos segundos conteniendo la risa pero aquella diversión que
estaba en su rostro se vio totalmente apagada cuando vio a través de la ventana
que quien bajaba del carruaje con atuendos oscuros era nada menos que la
querida amiga de Aramis, madame de Chevreuse, y que detrás de ella había otra
dama a la cual no había podido verle el rostro pero que le despertaba toda la
curiosidad del mundo.
- ¿Es
normal tanta gente por aquí Helena? – preguntó el capitán observando a la mujer misteriosa.
- La
verdad caballero es que no, pero teniendo en cuenta el movimiento de los
últimos días diré podríamos decir que si es normal. – Helena saco su vista de las visitas para
mirar al hombre y ver cómo iba cambiando su gesto risueño a uno más serio.
D'artagnan
intento acomodarse mejor en el borde de la ventana para poder ver el rostro de la
otra dama que acompañaba a madame de Chevreuse, aunque intento por todos medios
verla no pudo ya que ella estaba muy bien oculta.
Los ojos
del capitán se agudizarse más al detenerse en la figura de aquella mujer, sin
duda tenía que ser de la madre de los reyes.
El
mosquetero sintió cierto grado de vacío en el estómago mientras que la
adrenalina iba subiendo por su cuerpo, era Ana de Austria y delante de ella iba
madame de Chevreuse. Como no, Aramis había pensado en ella para el plan.
- Parece
ser que usted si conoce a las damas - la voz de Helena hizo que
D'artagnan saliera de su propia cabeza y alzando sus cejas la miró con bastante
curiosidad intentando hacerse el desentendido pero aquello le era totalmente
imposible, ver a la reina de Francia ahí había dejado en trance al mosquetero
cosa que no dejaba de pasar inadvertido para la doncella.
- Si,
digamos que una de ellas es una vieja amiga del Obispo.- susurro en
tono demasiado bajo - y... - el hombre se quedó callado
mirando hacia el carruaje. Se mordió el bigote
La mujer
lo miró, el capitán parecía muy perturbado por las nuevas visitas. Helena no
sabía si hacía bien en seguir con la conversación o no pero ya no tenía tiempo
de averiguarlo, ella tenía que dejar al mosquetero a solas para salir al
encuentro de las nuevas visitas.
- Si
es así tendré que ir a recibirlas - la mujer hablo con mucha
amabilidad y una gran sonrisa en el rostro.- Los amigos del señor de Vannes
siempre son bienvenidos en este humilde hogar
- Yo
os acompañare - la voz de D'artagnan sonó sin ningún tipo de
sentimientos ni de ánimos, había hablado con total desapego al mundo.
- No,
usted se queda aquí - La mujer se alejó del mosquetero tocándole
el brazo para dejarlo ahí en la ventana mientras miraba con severidad - El
obispo dijo que haga reposo y es lo que hará
Helena no
dejo que el hombre de pelo entrecano hablara sino que lo dejo con las palabras
en la boca, ya que sin esperar el reproche por parte de él cerró la puerta.
D'artagnan
paso uno de sus dedos por la ceja izquierda mientras que intentaba caminar
hacia la puerta. En buena hora se había dañado el pie. Tenía tan solo unos
segundos para poder hablar con aquellas damas antes que Aramis apareciera.
Se
abrocho la camisa mientras escuchaba que Helena ya estaba abajo. Dejo que
pasara un minuto más o menos para abrir la puerta de madera con precaución, no
quería hacer ruido porque no quería ser descubierto por Helena.
Saco la
mitad de su cuerpo para poder escuchar mejor la conversación entre las mujeres.
- Buenas
tardes - escuchó la voz de la
campesina con mucha amabilidad
- Buenas
tardes - contestó otra voz de mujer un poco más aguda que la primera - Le
podría decir al señor Obispo de Vannes que Madame de Chevreuse está aquí.
- Lo
siento madame, en estos momentos él no se encuentra en la casa pero
enviare a uno de los criados a buscarlo - escuchó una leve pausa - pueden
tomar asiento mientras el obispo regresa y si gustan puedo traerles un poco de
vino o chocolate caliente
El
mosquetero con bastante dificultad logró llegar al primer escalón y se sentó
escuchando que la voz de Marie negaba el ofrecimiento de vino pero aceptaba un
poco de chocolate caliente. Aunque estaban en primavera el frio aun no
abandonaba totalmente la región.
- Enseguida
regresare
Se escuchó
una puerta cerrarse y unos pasos caminar sobre la madera de la sala de estar,
el mosquetero sacó en conclusión de que tanto la reina como su antigua dama de compañía
habían tomado lugar en los asientos que habían en la sala luego de que Helena hubiese
abandonado la casa.
D'artagnan
lo pensó, meditó por unos minutos si volvía a la habitación pero algo dentro de
él, su curiosidad y ver a Ana de Austria era más fuerte que el propio dolor de
pie.
Con
fuerza se agarró de la gran baranda de madera y lentamente comenzó a bajar
intentando hacer el menor ruido posible.
Por mucho
que sentía punzadas de dolor disimulaba por si alguien lo veía. El mosquetero
había aprendido de Athos que no debía mostrar el dolor, siempre un caballero y
mosquetero dispuesto a la acción.
- No
creo que haya sido una buena idea - escucho la voz de la reina madre
en tono de susurro.
- Es
importante que estés aquí, el muchacho también querrá conocerte afuera de la
corte, "tranquila amiga todo
estará bien" - las últimas palabras habían sido en
un perfecto español.
El capitán
había logrado llegar al final de la escalera con bastante dificultad y dolor
pero había logrado que no lo escucharán.
Colocó
sus manos detrás de la espalda para poder mantener el equilibrio y con el paso
firme que le permitía su pie avanzo hasta apoyarse en el marco de la puerta.
Tomo mucho aire inflando su pecho y se aclaró la garganta
- Buenas
tarde su majestad y madame Chevreuse - la voz del mosquetero sonó
firme y en un tono grave, pero amigable. Tenía una media sonrisa que se
ocultaba debajo de su famoso mostacho - debía de suponer que Aramis también
os había involucrado en su secreto.
D'artagnan
alzo la vista evitando los ojos de Marie para mirar por unos pocos segundos a
Ana de Austria, luego bajo la cabeza a modo de reverencia. Por mucho que todos ya
supieran aquel secreto oculto por tantos años, el mosquetero no iba a faltar al
protocolo.
- Uno
siempre ayuda a los amigos, querido Capitán ¿No es así? – pregunto el mosquetero aunque él sabía la
respuesta.
- Por supuesto
La reina inspeccionaba
al mosquetero, pero él a pesar de sentir la mirada de su soberana se mantenía
tranquilo y miraba a su interlocutora hasta que la puerta de entrada se volvió
abrir. Todos miraron hacia aquella dirección, para la sorpresa de todos no era
Aramis el que arriba a la casa sino que era Helena con una bandeja de chocolate
caliente para las damas.
- El
obispo pronto estará atendiéndolas mientras tanto señoras aquí está el chocolate
- Helena avanzó por la sala pero antes de llegar a la mesa pasó por el lado de
único hombre en aquella sala mirándolo con seriedad - deberías estar acostado
- susurro haciendo que el mosquetero mirará hacia abajo - es
el mejor chocolate de toda Francia, se los puedo asegurar -
la mujer con cuidado sirvió el chocolate en dos tazas en medidas iguales e hizo
una pequeña reverencia.
- Gracias
- contesto la Ana de Austria quien se había dado cuenta que la campesina no
la había reconocido pero no solo eso sino que veía algo más en ella. Había
logrado que el mosquetero bajara la cabeza y eso no era algo fácil. - luego
de un largo viaje el chocolate siempre es el mejor de todos - Ana
dio unos pasos y tomo la taza de la bandeja, quizás Helena no lo sabía pero
todo aquel que viviera en la corte o en Paris conocía el hecho de que la reina
madre cuando llegó de España había traído consigo el chocolate haciéndolo popular
dentro del pueblo francés.
La
habitación quedo en total silencio ya que ni D'artagnan ni Marie habían
esperado aquella acción de la reina madre. El mosquetero iba hablar pero madame
de Chevreuse le hizo un gesto para que no abriera la boca. Si la reina madre
estaba allí era porque estaba segura que nadie la iba a reconocer. Un solo
espía, o un solo rumor y el plan de Aramis podía correr peligro igual que
todos.
- Si
me disculpan debo retirarme para poder ayudar con la cena, cualquier cosa que
necesiten no duden en pedírmelo a mi o cualquiera que vean por la hacienda
- Helena comenzó a caminar hacia la salida y antes de salir miró al capitán con
rigor - D’artagnan, yo me daría prisa en subir antes de que el señor de Vannes
regrese
El
mosquetero se mordió levemente el bigote y negó con la cabeza.
- Prefiero
esperarlo y subir luego de la cena - el hombre movió levemente la
cabeza antes de que Helena cerrará la puerta y con lentitud camino hacia uno de
los sillones para dejarse caer con el mayor de los estilos que podía, aunque
seguía intentado ocultar el dolor no podía evitar cojear
- Dijiste
que no estabas herido - la voz de Ana de Austria a pesar de la
preocupación tenía un dejo de reclamo.
- No
estaba herido y no lo estoy majestad, simplemente es una torcedura que desaparecerá
en unos días - los ojos claros del mosqueteros y de su soberana se había
fijado el uno en el otro pero eso tan solo había durado unos pocos segundos.
Madame de Chevreuse estaba allí. - No se preocupe majestad, estoy bien – agrego cruzando su pierna mala por arriba de
la buena
Marie miró tanto al mosquetero como a la reina de Francia, ninguno de los dos se miraba directamente a los ojos, él intentaba demostrar que estaba tranquilo, que simplemente las cosas seguían iguales mientras que la soberana se la notaba un poco tensa en aquella situación.
- Si
me disculpan veré si puedo encontrar al obispo - todos en la
sala sabían que por mucho que Marie fuera a buscar a Aramis este no iba
aparecer antes, pero Madame de Chevreuse no había pensado en una excusa mejor
para abandonar la sala y así poder dejar a los amantes a solas.
Luego de
que la puerta se cerrar detrás de la antigua dama de compañía, la reina se acercó
un poco más al mosquetero mientras se mordía el labio inferior.
- Se....
D'artagnan
alzo su mano y sus ojos se encontraron con los de Ana de Austria. El silencio
incomodo paso a ser de aquellos silencios en los que uno con los ojos dice
todo. El mosquetero seguía dolido por no haber sabido de Phillippe antes pero
no podía pasar el resto de la eternidad enojado con la persona que amaba.
- Phillippe
está bien, es fuerte y tiene mucho valor. -el mosquetero hizo una
pequeña pausa y se sonrió, se sentía orgulloso de su hijo - El será un buen rey, tengo fe que todo
saldrá bien y que Francia volverá a la gloria
Ana de Austria tomó una de las manos del mosquetero para dejar un beso en ella. Aquel gesto hizo que el hombre dibujar una sonrisa radiante, única, tan única como el amor que sentía por ella.
- ¿Y
Luis? ¿Qué pasará con Luis? - La voz de la reina sonó
preocupada. Se podrían haber dicho muchas cosas sobre la reina madre pero nunca
nadie podía negar que Ana de Austria amaba a sus hijos a tal punto que daba la
vida por ellos.
- Aun
no he hablado mucho con Aramis, pero tendrá que pasar por la máscara…
- D'artagnan apretó ligeramente las manos de la reina - Tampoco me gusta la idea pero
es la única manera que aprendan, no volverá a ser Rey de Francia pero tampoco
volverá a ser un mal hombre - ahora fue él quien beso
las manos de su amada soberana pero los cascos de los caballos hizo que ambos
se separan y tomando lugares distantes en la sala.
Las
puertas se volvieron abrir dando paso a Aramis seguido por Madame de Chevreuse,
el Duque Du-Vallon, el Conde de la Fere y atrás caminando con lentitud, un tímido
Phillippe.
- Me
complace saber que su majestad se encuentra en mi humilde hogar - el
obispo hizo una pequeña reverencia y el resto lo imito - tenemos muchas cosas para
decirle a su alteza. Estoy seguro que
querrá hablar con su hijo – Aramis
se hizo a un lado para que el joven príncipe mirara a su madre con una sonrisa – tendrán todo el tiempo para hablar pero
ahora nos están esperando en la cocina para la cena.
Los ex mosqueteros junto a Madame de Chevreuse abandonaron el lugar, dejando un par de segundos a solas a la reina Ana de Austria y Phillippe. Los cuales, al primer segundo que tuvieron se fundieron en un gran abrazo.
-Mi hijo…
- Madre
Tanto
madre e hijo estaban con lágrimas en los ojos.
El
mosquetero observaba a distancia aquella escena que hacia vibrar su corazón hasta
que sintió un brazo alrededor de su cuello.
- Piensa en lo que te dije, tienes otra
oportunidad mozalbete – susurro Porthos al oído del mosquetero y luego
planto un beso bien sonoro en su mejilla.
- Porthos…
El gascón
estaba por decirle algo a su amigo cuando escucho la voz de Athos que se
acercaba a ellos.
- Si
no me equivoco ¿Igual te irás mañana D’artagnan? - el conde
de la Fere miró al capitán y este solo asintió con la cabeza.
- Hay
un plan en marcha y en estos momentos no hay nada más importante para mí
que todo salga bien. – El capitán disimuladamente miró a su hijo que venían caminando abrazado
a su madre– Por el bien de
todos.
- Si
de todos – se rio estrepitosamente el señor de Du-Vallon - alguien va aprovechar el tiempo que tenga hoy
antes de irse – volvió a susurrar al oído del gascón y después golpeo la boca del estómago antes de echarse a correr.- Necesitamos vino, iré por el no me tardo
– grito Porthos perdiéndose por uno de los caminos
D’artagnan coloco sus ojos en blanco negando con la
cabeza hasta que se fijó en la forma en la que Athos miraba a madame de
Chevreuse. Algo le decía que había algo que él también se había perdido o simplemente
era que aquella dama por mucho que fuera amiga de la reina siempre le había dado
mala espina.
Fuera como fuera ahora iba a disfrutar de aquel
pedazo de cielo que era ese momento.
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