Reflexiones de M. D'artagnan
La cena
que se había llevado a cabo en la casa central de aquella comunidad jesuita fue
rápida y en paz.
El aire
que se respiraba era totalmente armonioso entre los comensales, nada que ver
con la intensidad con la que se habían reencontrado aquel mismo día. La
venganza y la desconfianza se había esfumado totalmente entre aquellos viejos
amigos.
El vino y
la buena vibra los había transportado a los viejos tiempos en los que luchaban
hombro a hombro por una Francia mejor, por ideales de juventud y porque la recompensa
no se pesaba en oro sino en momentos de adrenalina.
Porthos
se encontraba muy feliz no solo por las botellas de Oporto que había consumido
sino porque la felicidad se había apoderado de su cuerpo y ahora sentía que
tenía objetivo para pelear, en cuestión de horas había dejado de ser un hombre
viejo y resignado que se limitaba a esperar la muerte. Ahora sentía que era
capaz de ganar una guerra él solo.
Por su
parte Aramis a pesar de que estaba aún neurótico por las noticias que lo rodeaban,
por planes que iban y venían por su cabeza se tomó aquella noche para relajarse
y disfrutar de la compañía de sus amigos, solo sería esta noche porque mañana
apenas saliera el sol ya estaría reacomodado de nuevo su plan para sentar a
Phillippe en el trono de Luis.
Por otro
lado estaba el conde de La Fere quien intervenía en las conversaciones de Porthos,
pero también ayudaba al gascón a que se relajara con hijo. Athos seguía
pensando en Raúl por lo que pretendía que su mejor amigo disfrutara de cada
segundo como padre porque el tiempo era algo extraño que se escapaba de las
manos la mayoría de las veces. Ahora sabiendo la verdad y viendo todo en retrospectiva
D’artagnan no sabía cómo ser padre y necesitaba tanta ayuda como la de
Phillippe para aprender cómo ser rey. El conde sabía que Raúl no volvería pero
tenía que vivir para que su muerte no fuera en vano.
- Con su permiso - dijo el mosquetero
luego de haber escuchado el final de una anécdota del señor Du-Vallon - voy
estirar las piernas, es la costumbre que tengo después de comer y luego de un largo día arriba del caballo
lo necesito - el mosquetero no permitió que ningún hombre
de aquella sala lo acompañara sino que
con un pequeño movimiento con la cabeza a modo de reverencia dio a entender que
quería estar solo.
-De acuerdo, pero antes de irnos a dormir
necesito que hablemos algo del plan – respondió Aramis agarrando el vaso
con vino
-Volveré pronto – contesto el gascón y
se marchó de la manera más elegante que hubiese podido hacer.
Los
brazos del gascón se cruzaron por detrás de su espalda mientras caminaba bajo
la luz de la luna pensado en todo aquello que le había pasado en su vida.
Demasiados
acontecimientos habían cambiado su vida desde
muy joven. El primer hecho importante y tan radical para él había sido la
decisión a ser un mosquetero. Podría haber sido un campesino al igual que su
padre pero no, al escuchar sobre la guerra y de aquellos hombres que servían a
la patria, a la tierna edad de los seis años había decidido que él iba a ser un
mosquetero fuera como fuera.
La otra
gran decisión en su vida ocurrió luego de la muerte de Constanza. El tierno
amor de juventud lo había golpeado más de lo que hubiese deseado. La muerte de
aquella mujer que amaba como a un devoto ama a la virgen María lo había
destruido de una forma que nadie hubiese podido sospechar, hasta aquel día sufría
y se culpaba del destino de aquella mujer.
D’artagnan
cerró su corazón, el niño y el hombre había muerto a manos de Lady de Winter.
Con los años luchaba con su suerte hasta que alguien, alguien inalcanzable le
había hecho sentir que no estaba tan muerto como creía. La tercera decisión
vino de ese otro y gran amor.
A pesar
de que su temple con los años lo habían hecho ser duro para que nadie se
pudiese dar cuenta que aquel corazón tenía un candado con llave y que aquella
llave tenía nombre. No siempre lo había hecho con gran éxito. Quien se acercaba
a él sabían que tenía una gran herida. Una herida que el mundo llamaba
Constanza pero que él sabía que el nombre era de otra. La llave era de Ana de Austria.
Pero ahora, en aquel momento todo había salido a la luz. Su gran secreto, aquel que había ocultado y luchado durante tanto tiempo era conocido por sus amigos. Besar a Ana de Austria y luego ver a Phillippe había hecho que nuevamente su corazón fuera envestido por aquellos sentimientos que habían estado bajo llave durante tantos años. En tan solo un par de horas veía como su sueño se podía hacer realidad, quizás Ana aun estuviera fuera de su alcance pero podría disfrutar de su hijo como tanto había soñado.
El
mosquetero camino en silencio, aunque en su cabeza se podía escuchar más de una
voz. Un monologo muy interesante e intenso como los que solía tener D’artagnan
cuando se hablaba en la noche.
Alzo sus ojos azules para ver la magnitud del cielo,
del espacio y de las estrellas que parecían pequeñas replicadas de la inmensa
luna redonda aunque también se podía apreciar como monedas de plata que
adornaban la grandeza del universo.
Se sentó
sobre una pequeña roca que se hallaba en la cima del puente que daba al rio y allí
con toda la tranquilidad del mundo se desanudo el pañuelo y se acomodó el
cinturón para que la espada no chocara contra la tierra.
Una de sus
manos se alzó para ocupar lugar debajo de su barbilla y sus ojos quedaron fijos
en el reflejo de la luna en el agua.Era
imposible tanta grandeza en una sola imagen
Se peinó
el bigote y con la voz casi audible comenzó a decir en voz alta lo que en su
menta pasaba.
-Toda mi vida ha estado llena de emociones. De
grandes alegrías como de grandes y dolorosas tristezas.- el hombre de pelo
entre cano hizo una pausa – Pero…pero
sin darme cuenta, queriendo o no queriendo el destino siempre te ha colocado en
mi destino.- una sonrisa se formó en sus labios, una sonrisa cálida y genuina
- Que irónica es la vida ¿No? Lo digo
porque junta aquellos seres que no deberían ni mirarse. Una sola mirada puede
desencadenar muchas cosas. Muchas emociones.- se mordió el bigote y se paró
de la roca para colocar sus manos dentro de los bolsillos del pantalón si
despegar su mirada del agua - Siempre he
salido en la defensa de todo y de todos pero no puedo defenderme en estos
momentos de ti. Me odio por haber permito que mis ojos se hubiesen atrevido a
posarse en ti. Me odio por haber
dejado que entraras en mi mente y no echarte. Porque anhelo tu presencia al
igual que tu cuerpo – se voltio mirando por arriba de su hombro como si
estuviera hablando con alguien y negó con la cabeza - No os culpo por haber hecho estragos en mi corazón pero dime una cosa ¿Cómo
lo arreglo ahora? Llevo años intentando arreglar esto. Sé que lo sabes –
alzo sus cejas y suspiro - El destino
fue el que quiso que estuviéramos juntos. El gran culpable de que cada día que
pase me esté muriendo por tenerte entre mis brazos estrechándote contra mi
cuerpo. Cambiaría mi espada por una como símbolo de nuestro amor – se volvió
a morder el bigote con más emoción y patio una roca hacia el agua con si eso
pudiera calmarlo un poco. Como si pudiera estar mas tranquilo asi . Alzo la
mirada a punto fijo en la oscuridad - Mientras
sangre quede en mis venas y aire en mis pulmones para poder decirte que J'aime
lo hare hasta en la eternidad – su mirada volvió a las estrellas – J’aime my lady
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