Por mucho que ahora me
encontrara en el palacio seguía siéndome difícil el poder verla. El
capitán Treville me tenía trabajando de un lado para el otro, al ser su
mano derecha me encargaba de muchos temas militares aunque otros tantos
me tocaba hacer visitas de cortesía. Según mi superior tenía que
aprovechar el carisma que tenía para poder ser su sucesor en algún
momento.
Fuera como fuera solo
podía ver a Ana de Austria a la distancia. Una sonrisa robada o una
mirada. Ni siquiera tenía la suerte de poder hablar con sus damas de
compañía.
Aquella mañana estaba en
el jardín del palacio observando a la distancia al sequito real. Era
temprano pero no tanto, la hora del desayuno ya había pasado por lo que
pronto vendrían hacia la iglesia para la misa matutina.
Cuando el rey no
acompañaba la reina, Treville me delegaba la vigilancia a mí y si no
fuera porque la tenía que cuidar a ella, no me hacía demasiad gracia
tener que levantarme temprano para asistir a misa.
-M. D'artagnan.