Capitulo III :
verdades
D’artagnan se quedo observando atentamente a Aramis. Sabía de sobra que
sus palabras habían causado en el obispo el efecto que había deseado causar. Ahora tenía toda la atención
de su amigo sobre él.
-Os vengo ayudar Aramis, os juro – los ojos del gascón se
posaron sobre su amigo, y este sacudió la cabeza de lado a lado. Después de todo pensó el ex
mosqueteros que era bueno que D’artagnan se hubiera enterado por si solo sobre la aparición de Phillipe en la puesta de escena aunque estaba seguro que el capitán no sabía toda la
verdad.
-Os creo, sígueme
Aramis no agrego nada más antes de comenzar a caminar hacia
la entrada de la casa en donde estaban alojados él y sus invitados. Su cabeza estaba dando vuelta en muchas
cosas, entre ellas que no podía confiar absolutamente en el capitán de los mosqueteros. D’artagnan
no era traidor pero tampoco podría poner él las manos sobre el fuego por su amigo, trabajaba aun para el rey y eso no lo hacia fiable. No
quería quemarse si no estaba seguro.
Por su parte el gascón estaba bastante nervioso. Pocas veces
en su vida había sentido que su corazón se podía salir del pecho. No era por el
hecho de que estaba allí para traicionar a su rey, claro que no, a pesar de
estar yendo contra sus propios principios e
ideales, él tenía los ojos bien abiertos y sabía que el monarca estaba arruinando
a su pueblo y destruyendo sus sueños de juventud, de servir a alguien digno de
la corona. No era por aquello tampoco
porque las circunstancias lo estaban uniendo nuevamente a sus amigos y así
formar aquel glorioso cuarteto de mosqueteros capaces de salvar la vida de una
reina o mantener la corona a salvo de un rey. No era eso tampoco sino que su
corazón latía con fuerza por la adrenalina de saber que allí, en aquel lugar se
encontraba Phillipe.
Aramis abrió la puerta de la habitación en donde se
encontraban Athos y Porthos. No cabía
duda de que el Conde había mandado al muchacho a esconderse para que el
mosquetero no lo viera antes de tiempo. Si Aramis no colocaba las manos sobre
el fuego por D’artagnan, Athos si hubiera podido lo esperaba con la espada
desenvainada en la puerta para darle una estocada apenas hubiese podido.
Las miradas fueron crudas al ver aparecer al capitán detrás de
la espalda del obispo. Athos echaba fuego por sus ojos, Aramis tenso su mandíbula
mientras que D’artagnan cerraba sus puños con fuerza. No iba allí para pelearse
pero conociendo el genio de Athos, estaba preparado para frenar a su amigo de un puñetazo si fuera necesario.