domingo, 18 de agosto de 2013

Capitulo VIII: Pan , rojo y tal vez azul.


Habían sido horas más que turbulentos en la vida del gascón pero él estaba muy lejos de caer rendido a los brazos de Morfeo sino todo lo contrario estaba decidió que antes de dormir debía de escribir la carta para su majestad el rey. Conociendo a Luis aquello podía ser su salvo conducto pero, porque siempre habían peros, el joven monarca tenía que estar de humor y D'artagnan temía que lo de la audiencia no se pudiese llevarse a cabo tan fácilmente.

Luego de unos cuantos minutos el mosquetero termino de escribir una carta convincente para el joven monarca e impulsado por aquella carga de emociones también dedico unas cuantas letras para su majestad la reina madre en una hoja aparte. 

Dejo ambas cartas sobre la mesa de madera que tenía en el cuarto, a pesar de que su cuerpo pedía descanso su mente no podía dejar las ideas tranquilas así que, sin deliberar más salió de su habitación rumbo a la cocina en donde estaba seguro que encontraría al mensajero. El mosquetero recordó que Aramis le había dicho que podría encontrarlo allí y si no estaba, lo buscaría por toda la casona si fuera necesario. Las cartas debían llegar a Paris lo antes posible porque de otra manera su cabeza no tendría paz.


Abandonado la primera casa y entro en la que se encontraba pegada, según las indicaciones dadas si el hombre no se equivocaba esa era la cocina.

Todo estaba absolutamente en silencio. Aquello le recordó mucho el palacio, parecía que no importaba en donde estuviera, él siempre estaba despierto cuando otros dormían. Todo estaba oscuro, la cocina permanecía impecablemente limpia bajo el manto de oscuridad, después de todo si no encontraba a nadie allí podría comer o beber vino, quizás necesitaba un poco de vino para poder entrar en el mundo de los sueños.

Comenzó por abrir las gavetas del primer mueble que encontró, pero nada, por más que busco y busco por cada rincón de la cocina no encontró ninguna botella de oporto en su lugar solamente se hallaba un jarrón con agua fresca. Pero el mosquetero no le encontraba gracia tomar agua antes de irse a dormir, no claro que no, no era verano y el agua nunca le había gustado del todo. 

D'artagnan se sentó en la silla sin importar que la oscuridad lo cubriera, tiro cuidadosamente del pequeño mantel que había sobre una fuente.

- Ha mejorado mi suerte - se dijo para sí mismo mientras que veía descubierto frente a él un pan recién hecho. 

El olor era sumamente exquisito y a través de sus dedos podía sentir el calor que emanaba la masa. No pudo resistir mucho tiempo, sabía que debía esperar al otro día pero el hombre tenía hambre, sin vino y con tanta emociones, su apetito había despertado con gran tenacidad. 

Sin culpas corto un pedazo y se lo hecho a la boca para deleitarse con aquel sabor.

- Espero que sea de su agrado Capitán 

El mosquetero salto prácticamente de la silla al escuchar la voz de la mujer, le había faltado muy poco para estrellarse contra el piso pero aquello no era lo peor, lo peor sin duda era que se había atorado con el pan.

D'artagnan alzo la mirada mientras se golpeaba el pecho con una de sus manos para poder bajar las migas que estaban allí atoradas en la garganta. 

Una mujer de pelo rubio, no muy alta pero tampoco baja, de cuerpo bien formado, de ojos verdes y que aparentaba unos treinta y cinco años de edad, le alcanzo al hombre un vaso con agua con una sonrisa muy traviesa en sus labios. Parecía que había logrado su cometido.

- Yo no sé si usted sabe madame…  - el gascón tocio antes de tomar un poco de agua - pero es de muy mala educación andar asustando a la gente.

- Perdóneme Capitán pero usted es quien ha entrado aquí sin avisar. Que sea el amigo del caballero de Harbley no le da derecho a entrar en un hogar sin tocar la puerta y comer la comida que está en la mesa. Nadie lo ha invitado.

El mosquetero dejo el vaso sobre la mesa y al notar que la voz molesta de la mujer alzo sus manos en son de paz. Nunca se le había cruzado por la cabeza que debía tocar la puerta. El hombre de armas estaba muy acostumbrado a andar en el palacio a sus anchas que se le olvidaba a veces que habían lugares en donde debía tocar la puerta.

- Lo siento mucho – empezó a hablar el hombre en tono calmado – Es verdad, yo no pensé que fuera a molestar a alguien. Le pido mil disculpes madame, he sido atrevido por robarme un pedazo de pan y por entrar en su hogar sin siquiera llamar a la puerta.- El hombre se aclaró la garganta – El señor Aramis me ha dicho que podría venir aquí y encontrarme con Jonathan un encargo que tengo para él. Entre y al ver que no había nada más que el pan, simplemente lo he tomado….

- Monsieur  D'artagnan no ha tomado usted un pedazo de pan sino que lo ha robado, no es lo mismo – interrumpió la doncella el relato del hombre.

El mosquetero miro a la mujer y fue tanto la insistencia de su mirada que la dama término mirando al gascón a los ojos.

- ¿Y usted como sabe quién soy yo? No creo ser tan famoso para que una dama como usted sepa mi nombre - pregunto el capitán de los mosqueteros un poco sorprendido. Sabía de su popularidad pero nunca pensó que fuera tan fácil de reconocerlo menos a las sombras

- Es fácil de contestar a su pregunta Capitán, no creo mucho en su falsa modestia pero quitare aquello y le responderé de manera franca. Usted ha hablado conmigo esta mañana cuando recién llego y el caballero Aramis ha hablado de usted. 

D'artagnan volvió a observar a la mujer con detenimiento pero la verdad era que no podía recordarla.
Cuando había llegado aquel sitio, su mente no estaba tan lucida, la preocupación por Phillippe lo habían alejado cualquier tipo de tiempo y espacio que cualquier persona que no tuviese que ver con su hijo no había sido importante para él. Sin duda en otro momento el mosquetero hubiese visto a la dama y la hubiese reconocido sin necesidad de presentaciones. Siendo la seguridad del rey debía tener una memoria eficaz, nada ni nadie podía escaparse de mente.

- Le vuelvo a pedir perdón madame – D’artagnan hizo una pequeña reverencia – por lo general tengo buena memoria para un rostro tan hermoso como el de usted pero me temo que hay asuntos tan importantes que lograron opacar su belleza por un instante y que lamentablemente ahora por ello yo me encuentro sin saber vuestro nombre. Usted cuenta con ventaja sabe mi nombre y yo no el de usted…- el gascón hizo una pausa - ¿Madame cual es vuestro nombre?

- Caballero D'artagnan, mi nombre es Helena.

El mosquetero extendió su mano para poder tomar la mano de la dama en donde dejo un beso sobre el dorso de su mano. Luego con mucha galantería subió sus ojos para ver directamente a los ojos de la doncella.

- Enchanté madame - volvió a erguirse y le dedico una sonrisa torcida, una de esas sonrisas que D’artagnan usaba como arma de seducción - un hermoso nombre debo decirle e importante, es como el de aquella mujer de Troya que logro con su belleza que lo hombres lucharan unos contra otros.

- No han mentido entonces lo rumores - la mujer de cabellos de oro se separó del hombre y camino por la cocina llevándose la jarra de agua hacia uno de los costados de la mesa. - El capitán de los mosqueteros del rey aún sigue soltero por haber roto su compromiso dado aún oportunidad a las damas para ser cortejadas por él.

D'artagnan se sonrió mostrando sus dientes blancos y negó con la cabeza.

- Los rumores que corren en Paris son casi todos ciertos y si mi compromiso se rompió, pero no es porque quiera darle oportunidad a las damas, no realmente no es eso. – El hombre volvió hacer una pequeña pausa - a esta edad me he dado cuenta que para casarme tengo que estar seguro, tener que pasar por problemas maritales sin una atracción o amor no es lo mío. Quiero decir estoy casado con mi trabajo y quien fuese mi esposa debería aceptar eso. - el gascón paso su mano por sus bigotes peinándolos - y en el caso de que estuviera casado, supongámoslo, nunca está mal ser gentil cuando una dama es hermosa como lo es usted.

- Si son ciertos los rumores que corren en Paris entonces caballero, es verdad que usted tiene fama de pica flor y que nunca podría casarse. Los hombres que están en la milicia no son lo más fieles. Las mujeres saben.

El mosquetero no pudo retener la risa. El problema de vivir en la corte era eso. Rumores y más rumores que vivían circulando vinculándolo con muchas personas y la mayoría de las veces no era verdad pero había dicho cuando el rio sonaba había piedras y el capitán prefería verse vinculado a otros amores a que realmente fuera a dar con la verdad.

-¿Pica flor? - negó con la cabeza él hombre - yo realmente no tengo la culpa de ser tan...

- Narcisista

- ¿Narcisista? - el hombre de cabellos negros alzo una de sus cejas

- Creo que por lo poco que lo conozco capitán es la impresión que me está dejando. Quizás en la corte sus palabras le den muchas admiradoras pero aquí las cosas son diferentes. - Helena tomo asiento frente al mosquetero 

- Las mujeres en la corte me han dicho que nunca debó contra decir a una dama, que eso sería muy peligroso y por experiencia yo sé que lo es. – D’artagnan volvió a sonreír – Así que si usted me dice que soy narcisista, Helena tienes toda la razón.

- Entonces caballero tendrá que tener cuidado, porque como bien sabe Narciso no puede verse en un espejo o se convertirá en piedra. El caballero Aramis os necesita para el plan. 

- Entonces si corro peligro de poder convertirme en piedra Madame tendré que buscar una esposa inmediatamente. Aramis me necesita y no seré yo el que estropee el plan.

- Pero ha dicho que no va a casarse para no tener problemas matrimoniales a menos que su esposa entienda que está casado con trabajo. – le recordó Helena con una sonrisa.

- En efecto es verdad pero como no quiero convertirme en piedra tendré que buscarme una esposa para que me afeite. Al principio voy a tener algunos rasguños por ello pero nada que vaya a poner en peligro mi vida, mantendré mi aspecto limpio y el obispo de Vannes no tendrá que preocuparse por su plan.

Helena se rio al escuchar al mosquetero él cual la miro con cierto aire de curiosidad.

- El señor Porthos tenía razón sobre usted.

- Ah ¿Si? ¿Qué es lo que ha dicho mi querido amigo? - preguntó el gascón alzando una de sus cejas.

- Que era rápido con las palabras

- Lo tomaré como un cumplido y se lo agradeceré - hizo un movimiento con la cabeza y luego se colocó algo más serio. - Helena me urge hacerle una pregunta que no puede esperar mucho más ¿Podría usted decirme dónde encuentro a Jonathan? El caballero Aramis me ha dicho que podría encontrarlo aquí y realmente necesito enviar algo al palacio con extrema prisa.

- Espere aquí capitán yo os traeré a mi hermano – Helena se levantó de la silla y con una sonrisa se disponía a abandonar la cocina.

- No podría moverme de al lado del pan - dijo el mosquetero mirando hacia la mesa, se había levantado también de la silla. Costumbre del protocolo.

- Entonces no se mueva de su lado pero por favor no se lo coma que es vuestro desayuno y el de vuestros amigos.- suplico la mujer.

- Como gustes madame no me lo comeré, os aguardare aquí - volvió a tomar asiento en la silla de madera mientras que Helena se iba de habitación.

El capitán no tuvo que esperar demasiado tiempo ya que la mujer de cabellos rubios y ojos claro volvió acompañada de un joven muchacho que a simple vista no superaba los dieseis  años. Alto, lánguido, con ojos claros también pero con el pelo castaño claro. Se notaba que aún era un crio ya que el vello de la barba no era demasiado fuerte, sino que eran apenas sombras que adornaban sus labios.

- Monsieur D’artagnan, él es mi hermano Jonathan

El mosquetero estiro su mano para estrechar la del joven, quién lo miraba con una sonrisa en los labios. Aquel joven sentía que algo importante le iban a encargar y aquello aceleraba a su corazón.

- Encantado señor D'artagnan

- Lo mismo digo Jonathan - el gascón podía ver en la mirada del joven la alegría que lo embriagaba y se sonrío, lo podría enviar al infierno pero aquel muchacho parecía que si ese era el destino, encantado iría. Aunque un palacio y el infierno tan diferente no eran pensó para sus adentros el mosquetero – El obispo de Vannes me ha dicho que puedo confiar en ti, así que realmente espero poder hacerlo. - el muchacho movió la cabeza y D'artagnan sacó dos cartas del bolsillo de su sacó  - Necesito que vayas al palacio real en donde se hospeda su majestad y le des esta carta - el mosquetero le mostró la carta que estaba cerrada con una pequeña cinta roja - tienes que dársela en la mano o por lo menos ver que la reciba, si alguien os detiene dile que vas de mi parte ¿Si? Si eso no resulta puedes buscar al lugarteniente Andre – D’artagnan espero el movimiento de cabeza del muchacho antes de proseguir -  En el palacio también te encontraras con una señora vestida de hábitos oscuros, una monja que ya está entrada en años, es de baja estatura y su nombre es Estela. Necesito que le des esta carta en las manos a ella, a nadie más que a ella. - le entrego una carta pero con listón de color azul - Por nada en el mundo os vayáis a equivocar porque así me vaya al infierno te arrastro conmigo ¿Entiendes?

- Claro capitán entendí a la perfección roja para su majestad y azul para la señora Estela - el mosquetero asintió con la cabeza y el muchacho miró a su hermana - Me marcho a París, el caballero Aramis ya lo sabe, volveré lo antes posible para seguir ayudando sino ya sabes que cuentas con la ayuda de Marie

- Ve con cuidado Jonathan - el muchacho dejó un beso sobre la mejilla de su hermana e hizo una pequeña reverencia al mosquetero antes de salir corriendo de la casa

Cuando la mujer, Helena y el capitán de los mosqueteros se quedaron a solas, la campesina miró al hombre que tenía a su lado con una sonrisa que decía que algo había entendido de aquella situación

- Cartas importantes Monsieur

D'artagnan apenas se movió de su lugar ya que a través de la ventana miraba como se alejaba el muchacho con aquellos mensajes tan importantes.

- Y debo suponer que es más importante la segunda carta que la primera – agrego la doncella al ver que el gascón parecía no querer emitir palabra alguna.

- Temas privados - contesto el mosquetero de manera seca sin dar rodeos ni explicaciones.

 Se giró apenas sobre los talones para en caminarse hacia la puerta. Aquel aire tan duro que había tomado el hombre en cuestión de segundos era como un escudo. Helena sin saber demasiado sobre aquellos temas privados sintió que el mosquetero se estaba cubriendo al marcharse tan rápidamente con aquel aire frio.

- Creo que Narciso no necesita buscar una esposa, simplemente le falta casarse

D'artagnan tomo la perilla de la puerta sonriendo de lado antes de mirar a Helena y negó con la cabeza. Si realmente todo fuera así de fácil como parecía aquella frase, él ya estaría casado y seguramente las cosas que estaban pasando a su alrededor no estarían pasando.

- Helena yo no…- comenzó a decir el mosquetero con una sonrisa al darse cuenta que había sido algo descortés con la doncella.

- No hace falta capitán que conteste – la mujer alzo su mano -  con tu sonrisa lo has hecho. Después de todo debajo del gran D’artagnan, guardián personal de su majestad se encuentra un hombre de carne y hueso que debe amar a una mujer y que por eso no se ha casado.

- Si soy un hombre carne y hueso - dio un suspiro pequeño y se mordió el mostacho.

- Pero le muestras al mundo que eres un gran hombre que solo ama Francia. Estoy segura que aquella dama entiende eso.

D’artagnan pensó en Ana de Austria con una sonrisa en los labios, todo aquello no era por Francia, era por ella y él solo esperaba que ella lo supiera.

- El gran problema es que en la corte todos tienen disfraces y hay que usarlos. Amo a Francia tanto como tú o Aramis – comenzó a hablar el mosquetero aun con la imagen de su amada en la cabeza -  pero también soy un hombre de carne y hueso que amó a una mujer más que a Francia... Buenas noches hermosa Helena, soy un mortal igual que tú y debo dormir para poder seguir siendo aquel hombre. Ese que dicen que soy en la corte

- Adiós Narciso

D´artagnan cerró la puerta con cuidado y volvió a la casa en donde habitaba junto a sus amigos. Volvió de nuevo el silencio a inundarlo. Por momentos era joven y ahora lejos de Paris sentía que aquello del gran capitán no pesaba tanto sobre sus hombres. Que lejos de lo que era su vida, las cosas no eran tan pesadas y su secreto ahora compartido lo iba a dejar descansar.

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